Capítulo 1: No abras la puerta

Entro a mi antigua habitación por primera vez en meses y allí está él, sentado en mi cama como si el lugar fuera suyo. ¿Guapo? Sin duda. Probablemente sea el hombre más atractivo que jamás haya visto. ¿Pero eso le da algún derecho a invadir mi privacidad? Definitivamente no.

—¿Quién diablos eres tú? —las palabras salen de mis labios antes de que tenga la oportunidad de pensar en ellas. 

Él responde a mi mirada con una sonrisa exasperantemente encantadora, sus dientes blancos como perlas enmarcados por labios carnosos y rosados. Es ridículo lo mucho que quiero seguir mirando esa sonrisa.

—¿Qué haces en mi habitación, quién te dejó entrar? —continúo, sin darle ni un segundo para responder. Mi corazón se acelera mientras doy un paso atrás y me alejo de él. No he estado en mi cuarto desde que me mudé de la casa de papá para ir a la universidad, y ahora un extraño está simplemente descansando en mi cama como si no fuera gran cosa.

El hombre finalmente se levanta y se alisa el traje azul hecho a medida. Sus movimientos son elegantes y seguros. Extiende una mano hacia mí, pero en lugar de tomarla, lo observo atentamente, curiosa y molesta a partes iguales.

Parece tener veintitantos años, es alto y de hombros anchos, con una constitución poderosa que deja intuir los músculos debajo de su elegante traje. 

—Oh, lo siento, no nos conocemos, —dice con voz profunda y aterciopelada—. Mi nombre es Adrian.

Miro su mano extendida y luego otra vez a su rostro, levantando una ceja para exigir en silencio más información. Mientras estudio sus rasgos, no puedo evitar notar su rostro de mandíbula cuadrada, enmarcado por una alborotada melena de cabello dorado que cae sin esfuerzo sobre su frente. Le da un encanto ligeramente misterioso que es a la vez irritante e intrigante.

Al darse cuenta de que no voy a estrecharle la mano, la retira y se aclara la garganta, luciendo un tanto avergonzado. 

—Oh, claro. Tu padre William me dejó entrar —dice.

—¿Papá te dejó entrar? —repito con incredulidad. Papá nunca invita a nadie, sobre todo no a extraños tan guapos. Además, hoy es mi cumpleaños y se suponía que lo pasaríamos juntos los dos, como siempre. ¿Qué diablos está pasando?

Mi bolso se agita de repente y con delicadeza coloco una mano sobre él para detener el movimiento. Miro rápidamente a Adrian, esperando que no se haya dado cuenta, y encuentro su mirada. Sus hermosos y expresivos ojos son de un tono avellana que parece cambiar con la luz, desde un intenso azul verdoso hasta un cálido y acogedor marrón.

—¿Cómo conoces a mi padre? —pregunto con fingida indiferencia.

—Somos colegas, yo también soy diseñador, —responde. Lo estudio una vez más. Papá nunca fue alguien que socializara mucho. Nunca había invitado a nadie a nuestra casa, jamás. Y ciertamente nunca mencionó a este tipo. Pero supongo que no hemos estado hablando mucho últimamente, no desde nuestra pelea.

—Dijo que volvería en un minuto, —continúa Adrian, devolviéndome a la realidad—. Salió a hacer algunas compras.

Asiento y sostengo el pomo de la puerta. Puedo tratar con él más tarde. 

—¿Te importaría esperar en la sala? Tengo que cambiarme.

—Oh, por supuesto, —dice Adrian, y procede a salir de la habitación. Pero no sin antes darme una última sonrisa perversamente encantadora. La forma en que sus labios se curvan de manera tan tentadora hace difícil mantener la guardia alta. Por suerte mi corazón está bien sellado.

Cierro la puerta detrás de él y suspiro, aliviada de estar finalmente sola. Sin dudarlo, dejo el bolso en el suelo, abro la cremallera y de dentro sale el gato. Se desliza con gracia fuera de este, inmediatamente salta sobre la cama y se pone cómodo. Lo observo estirarse plácidamente. Es una belleza, con un pelaje negro brillante que atrae la luz y un aire elegante, casi regio. Sus brillantes ojos amarillos parecen casi humanos, como si supiera mucho más de lo que debería. Por teléfono, papá mencionó que un gato callejero había estado deambulando por la casa durante unos días. Estaría furioso si supiera que lo había dejado entrar, pero el pobre parecía tan hambriento, maullando lastimosamente. No podía simplemente dejarlo afuera.

—En fin, —le digo al gato—, solo dame un segundo, ¿vale? 

Rápidamente me pongo algo más cómodo: un par de mallas y una camisa dos tallas más grande. Por un momento fugaz, considero vestirme de forma más seductora para hacer juego con nuestro inesperado invitado, pero descarto la idea como ridícula. No estoy interesada en salir con nadie, ni ahora ni nunca, así que ¿por qué molestarme?

Antes de dirigirme a la sala de estar para asegurarme de que el extraño no esté rebuscando entre nuestros objetos de valor, asomo la cabeza por la ventana abierta y entrecierro los ojos para protegerme del resplandor del sol. Nuestra casa alquilada en Nottinghamshire está en medio de la nada; ni vecinos, ni tiendas, nada. Solo pasto, más pasto, algunos árboles, y detrás de esos árboles, un camino que conduce a un pequeño pueblo tranquilo. Es terriblemente aburrido y no puedo evitar sentirme agradecida de que papá finalmente me haya permitido mudarme e ir a la universidad. Le tomará un tiempo regresar de la tienda, considerando lo lejos que está todo.

Al meter la cabeza y cerrar la ventana para que el gato no se vaya, me estremezco y siento un escalofrío recorrer mi espalda. Sentándome al lado del gato, no puedo dejar de notar lo bien cuidado que está, considerando que es un gato callejero. No tiene collar, pero.... ¿Quizás tenga dueño? Parece bastante amigable e incluso ronronea cuando le acaricio la cabeza.

—¿Quieres un poco de jamón? —le pregunto al gato, que vuelve a ronronear, como respondiéndome. 

—Ven entonces. 

Le hago una seña al felino, abro la puerta y entro a la sala de estar con el gato siguiéndome. Espero encontrar a Adrian esperando allí, pero no lo hallo por ningún lado.

—¿Adrian? —llamo, pero no hay respuesta. 

¿Qué demonios? ¿Se fue? Lo inquietante de la situación comienza a corroerme y no puedo evitar un creciente sentimiento de inquietud. Qué hombre tan extraño… ¿Qué está haciendo realmente aquí?

Decidida a encontrarlo, busco en la casa. Primero, el baño, vacío. Luego la cocina, también vacía. Finalmente entro a la habitación de mi padre. Adrian tampoco está aquí. Sin quererlo mis ojos se dirigen a la mesa de noche, donde está una foto de mi madre. Es una mujer hermosa – cabello rubio, ojos azules – y yo no me parezco en nada a ella. Giro la fotografía hacia la pared, estremeciéndome ante el recuerdo de la pelea que papá y yo tuvimos recientemente. Amo a mi padre más que a nadie en el mundo. Él me crió solo, lo sacrificó todo por mí. Entonces, ¿por qué se enojaría tanto solo porque le conseguí una cita? Han pasado diecinueve años y todavía actúa como si mamá fuera a cruzar la puerta en cualquier momento. Suspiro y me masajeo el cuello. Realmente no tengo ganas de enojarme otra vez. De todos modos, Adrian claramente ya no está aquí.

"Supongo que ha vuelto al cielo", pienso mientras entro a la cocina, rápidamente regañándome por ser tan cursi y comparar a Adrian con un ángel. Urgh. Qué verguenza.

Al abrir la nevera, encuentro un poco de jamón y tres tartaletas de queso que parecen deliciosas. Papá debe haberlas comprado para mi cumpleaños. "Está bien si solo me como una", me digo, tomando una tartaleta y un poco de jamón antes de regresar a la sala de estar donde espera el gato.

—Aquí tiene, Señor Gatito —le digo mientras coloco las lonchas de jamón en el suelo frente al gato, quien comienza a comer sin dejar de mirarme con sus enigmáticos ojos amarillos. Sintiendo un repentino impulso, busco en un cajón del armario y encuentro una vela y un encendedor. Pongo la vela en mi tartaleta y la enciendo. ¿Por qué no? Después de todo, hoy cumplo diecinueve años.

Sentándome en un sillón, empiezo a cantar: 

—Cumpleaños feliz, cumpleaños feliz… Ojalá-papá- -dejara de estar enfadaaadoo… ¡Cumpleaños feliz!

En el momento en que apago la vela un fuerte golpe en la puerta de la entrada resuena por toda la casa.

Me estremezco ante el ruido repentino, cada músculo de mi cuerpo se tensa por el miedo. ¿Quién podría estar golpeando así la puerta? ¿Está enojado? Mi corazón late como si fuera a estallar a través de mi caja torácica.

—¿Papá? —llamo vacilante, pero no hay respuesta.

Otro golpe, esta vez aún más fuerte. Mi pulso se acelera cuando me levanto, mis rodillas se tambalean ligeramente.

—¿Adrian? —lo intento de nuevo, esperando una respuesta. Pero mi voz apenas es audible entre los atronadores golpes. Luego, silencio.

—No abras la puerta —dice una voz profunda detrás de mí.

Me giro para ver quién habló, pero detrás de mí solo está... el gato. ¿Se movieron sus labios? Mierda. ¿Me estoy volviendo loca o el gato acaba de hablarme?

Si te está gustando la historia, la semana que viene habrá otro capítulo. El libro está ya en formato ebook, pero solo disponible en inglés (sorry!)